sábado, 19 de marzo de 2011

Tía Nani.

Murió hace una década y nunca supe cual era su nombre real,
cariñosamente la llamábamos la Tía Nani. Vivía frente a mi casa,
y si, realmente era mi Tía, hermana de mi abuelo.

Siempre que había oportunidad, y diario la buscábamos, entrábamos
a la casa a hacernos los aparecidos justo a la hora en que ella estaba
en la cocina típica de huanos, ella, generosa viejecita, siempre
convidaba de panuchos y tortilla tostadita con limón y sal.

Cerca estaba la escuela Benito Juárez donde estudiamos mis hermanos
y yo la primaria a principios de los ochenta, ahí, ella realizaba sus ventas,
obtenía escasos ingresos que le servían para sobrevivir ella y su hermano
mi tío Fidencio, con el cual vivía desde su juventud.

El poema Tía Chofi de Jaime Sabines, dibuja casi a la perfección lo que
fue mi añorable Tía Nani, sobre todo en la frase genial: "Tú que no conociste
caricia de hombre y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que
besos...".

En fin.... aquí está el poema completo, fabuloso:


Tía Chofi

Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi,
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.
Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta
con tus setenta años de virgen definitiva,
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!

Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.
¡Te siento tan desamparada,
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina,
sin quien te dé un pan!
Me aflige pensar que estás bajo la tierra
tan fría de Berriozábal,
sola, sola, terriblemente sola,
como para morirse llorando.
Ya sé que es tonto eso, que estás muerta,
que más vale callar,
¿pero qué quieres que haga
si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte?

Ah, jorobada, tía Chofi,
me gustaría que cantaras
o que contaras el cuento de tus enamorados.
Los campesinos que te enterraron sólo tenían
tragos y cigarros,
y yo no tengo más.
Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte,
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.
Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste.
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desvalida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
y eras la misma cosa siempre.
Fácil, como las flores del campo
con que las vecinas regaron tu ataúd,
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte.

Sofía, virgen, antigua, consagrada,
debieron enterrarte de blanco
en tus nupcias definitivas.
Tú que no conociste caricia de hombre
y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,
tú, casta, limpia, sellada,
debiste llevar azahares tu último día.
Exijo que los ángeles te tomen
y te conduzcan a la morada de los limpios.
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,
que la muerte recoja tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
mientras entona cantos interminables.
Vas a ser olvidada de todos
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias;
pero en las mañanas, en la respiración del buey,
en el temblor de las plantas,
en la mansedumbre de los arroyos,
en la nostalgia de las ciudades,
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.

Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia,
con una cruz pequeña sobre tu tierra,
estás bien allí, bajo los pájaros del monte,
y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.

jueves, 17 de marzo de 2011

La mujer que no - Ibargüengoitia.

Jorge Ibargüengoitia
(Guanajuato, México, 1928 - Madrid, 1983)

La mujer que no

Debo ser disctreto. No quiero comprometerla. La llamaré.. . En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya. junto con las de otras gentes y un pa­ñuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién. o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinariamente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus gran­des ojos almendrados, el pelo restirado hacia atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cerca­nas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.
Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cer­canos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un medio­día brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. “Jorge”, me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una doce­na de veces era mucho. Le puse una mano en la gar­ganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y. con hijos, que yo había te­nido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impul­sos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche, que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de enmedio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos. Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. “No importante, no importa.” Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza... hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.
Después del accidente, fuimos al SEP de Tamauli­pas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores. La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. “¿Te veré?” “Nunca más.” “Adiós, entonces.” “Adiós.” Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.
Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha... fue a ella. Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: “Búscame mañana, a tal hora, en tal par­te”; y desapareció.
¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparci­miento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gra­cias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: “Esto es para ti.” Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silen­cio; luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.
Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: “¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!” Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.
Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.

Y esto es que un mes después recibí, no un tele­grama, sino un correograma que decía: “Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p. m.) Firmado: Guess who? (advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras sig­nifican “adivina quién”). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acer­caba al fin la hora de ver saciados mis más bajos instintos.
Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, por­que no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y es­peré. Inmediatamente empezaron a llegar gentes co­nocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
Pasaba el tiempo.
Caminando por la calle de Génova pasó la joven N., quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.
Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en tíos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida...
La joven N. volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la joven N. venía mirando hacia el Konditori.
Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.
Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la joven N., que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: “Did you guess right?”
Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la joven N. se puso incómoda; luego, me repuse, plati­camos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine.

Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.
Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar. La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos... Hasta que llegaron sus hijos del parque. Des­pués, fuimos a darles de comer a los conejos.
Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: “¡Es mía!” Y luego, con una impu­dicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofen­siva, muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Ale dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el telé­fono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, tam­bién, yo le tomé a ella la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos su­cios. Entonces regresó el marido poniéndose el sacro y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: “Espérate” y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindarnos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. “Es para ti”, me dijo. Yo la miraba. mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba riada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le en­cantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besarnos apasionadamente, busqué el cierre cíe sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos ja­deantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.

Hubiera podido, quizá, tegresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de rni escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la his­toria), son más numerosas que las arenas del mar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El peleador: 9.5

Si eres aficionado al boxeo (no es mi caso) esta muvi te cautivará, ya que cuenta la historia real del retirado campeón peso welter Micky “Irish” Ward, el cual tenía un hermano con el que formaba la dupla Micky y Dicky. Este último fue el que introdujo al mundo del box a su hermanito, quien los superó ampliamente tanto en lo deportivo como en la vida.

Tenía seis encimosas y parásitas hermanas con las cuales tenía que compartir las ganancias de sus peleas, esto por la voluntad de su autoritaria y metiche madre. De hecho ella concertaba, controlaba y cobraba por las peleas... hasta que apareció otra mujer, que de botepronto fue la pareja de Micky.

La mamá, hermanas y hermano de Micky realmente eran un estorbo para el desarrollo de su carrera, la cual repuntó hasta que cambió de manager y sparring. Dicky era adicto a varias drogas, lo cual empeoraba su desempeño como supuesto couch de Micky.

Este film muestra la entereza y desición de Ward, para la dificil desición de alejarse de su familia; y su tenacidad para lograr el éxito en su carrera. Al final, la familia entendió la desición del boxeador y se reconciliaron.


Recopilado:

El filme, basado en la historia real del boxeador “Irish” Micky Ward y de la relación que mantuviera con su medio hermano y entrenador Dicky, tiene como fecha tentativa de estreno en nuestro país el 18 de Febrero de este año.

Mientras tanto, la cinta ya está en espera de los Globos de Oro, compitiendo en las categorías de “Mejor Película Drama”, “Mejor Director” (David O. Russell), “Mejor Actor Drama”, “Mejor Actor y Actriz de Reparto (C. Bale y A. Adams); y en la categoría de “Mejor Guión Original”, en los Premios del Sindicato de Escritores, a llevarse a cabo el próximo 5 de Febrero.

Aquí les dejamos el tráiler. En él encontrarán a un Christian Bale delgado y cansado en apariencia, bastante alejado de la caracterización de “Batman”, su más reciente protagónico, y más del estilo que manejara unos años atrás en la cinta “El Maquinista”.

lunes, 14 de marzo de 2011

Se nos adelantaron.

Segundo velorio-funeral al que asisto, segundo, del que, el que emprende el viaje era mi familia directa.

Apenas hace seis meses que se nos adelantó la Tía Magdalena, entre nosotros cariñosamente conocida como "Tía Budi". El sepelio fue literalmente desgarrador: mis primas y primos llorando irremediablemente inconsolables... lo cual era de esperarse. Mi Tía, generosa mujer según recuerdos de mi infancia, trataba a todos con una siempre afable y sincera sonrisa. Dicharachera, gracias a Dios, nos divertía con sus cotorreos y chuscos comentarios. QEPD.

Recuerdo que mis carnales y yo visitábamos regularmente su casa, la cual estaba a varias cuadras de la nuestra. Para llegar a ella podríamos ir por la calle normal o "pach-calle", es decir, atajos en línea recta por el monte, costumbre que inició el mayor de mis carnales, gracias a su incansable espíritu aventurero. Ahí nos agandallábamos bajando frutas de los árboles.

Mi abuela María Fabiana, quién emprendió su último viaje hace dos días, es mamá de la Tia Budi; tuvo también por hijos a Rosa, Elena, Ernesto, Miguel, Fidencio y Desiderio, este último mi afanoso y callado Papá, quien se ha encargado de los engorrosos pero necesarios trámites en estos casos. Dejó aquí, en la Tierra, más de 60 nietos, aproximádamente una decena de bisnietos y -ojalá no me equivoque-, 3 tataranietos... creo esa es la palabra para el hijo, del hijo, del hijo de su hijo.

Ella era una viejecita un tanto hostil con esa banda de inquietos nietos que la rodeaban, siempre cuidando sus plantas y sus animales, y nosotros siempre molestando. Entre más pasaron los años más dulce y buena se volvía, pero nunca, tranquila... siempre hacendosa y vigilante.

No se donde estes abuelita, muchos dicen que es el cielo el siguiente paso para las personas buenas como tu, incluso infinidad de rezos, sermones, costumbres y ritos lo solicitan, ojalá sea así. De cualquier forma, gracias por haber estado con nosotros en esta morada temporal. Como dice Filio, tantos mundos, tanto espacio, tanta gente.... y coincidir. Si existe otro tipo de vida después de esta, me gustaría coincidiéramos, y que seas de nuevo, afortunadamente, mi abuela.

jueves, 10 de marzo de 2011

El Cisne Negro: 9

Después de reflexionar -después- de la película, caí en cuenta que la mitad de los hechos en la muvi fueron simplemente producto de la imaginación de la bailarina.... o tal vez más de la mitad... o menos.... o... ya ni se! Que si la besó o no el maestro, que si ella o su mamá era la rara, que si tuvo o no un encuentro lésbico, que si asesinó o no a su compañera-rival, que si su compañera-rival tenía o no relaciones con el maestro.... y un extenso etcétera; el caso es que seguramente la película mostró el producto de la imaginación de la protagonista.

Pero bueno... la película fue muy intensa, cautivadora y buen suspenso. La historia cuenta lo que tuvo que pasar una bailarina de teatro para llegar a ser la reina Cisne, papel principal en la puesta.

Recopilado:
El filme sigue la historia de Nina (Natalie Portman), una bailarina en una compañía de ballet de la ciudad de Nueva York cuya vida, como todos los de su profesión, se consume totalmente con la danza. Ella vive con su madre, también bailarina retirada, Erica (Barbara Hershey), que apoya las pretensiones de celo profesional de su hija.

Cuando el director artístico Thomas Leroy (Vincent Cassel) decide sustituir a su estrella Beth MacIntyre (Winona Ryder) para la producción que abre su nueva temporada, El Lago de los Cisnes, Nina es su primera opción. Pero Nina tiene competencia: la nueva de la compañía, Lily (Mila Kunis), que también impresiona a Leroy.

El Lago de los Cisnes requiere una bailarina que pueda interpretar tanto al Cisne Blanco, con la inocencia y la gracia, y el Cisne Negro, que representa la astucia y la sensualidad. Nina se ajusta al primer rol perfectamente, pero Lily es la personificación del Cisne Negro. Mientras las dos jóvenes bailarinas amplían su rivalidad en una amistad turbulenta, Nina comienza a ponerse más en contacto con su lado oscuro con una imprudencia que amenaza con destruirla.

jueves, 3 de marzo de 2011

iPad 2 - Lo que no se dijo.

Se trató de una presentación mágica de un presentador consumado. Todos estamos de acuerdo en eso. Durante un discurso de poco más de una hora, con una voz que ha perdido un poco de su intensidad calmada, Steve Jobs hipnotizó a la audiencia este miércoles en el Centro Artístico Yerba Buena en San Francisco, y por extensión, al mundo, publica el portal mexico.cnn.com.

Su presentación de la iPad 2 cumplió cuatro misiones: sedujo a los consumidores generales, sorprendió a los geeks especuladores, provocó a los competidores y complació a Wall Street. Los futuros candidatos presidenciales deberían estudiar esto.

Esencialmente, Jobs estaba vendiendo un sueño que puede hacer que tu corazón lata de deseo. "La tecnología por sí sola no es suficiente", dijo en una de sus frases más líricas del día. "La tecnología que está casada con las artes liberales, humanidades y los rendimientos es lo que hace que nuestros corazones canten".

Siendo completamente honesto: Sí, yo también quiero comprar una.

Pero un sueño hecho realidad viene con limitaciones e imperfecciones, especialmente en el negocio de los gadgets. Como todo buen mago, Jobs usó un juego de manos para distraernos de las cosas que no debemos ver.

Atado al cable

Los magos que utilizan cables en su acto no te dejan verlos, pero eso no significa que no estén allí. En este caso, el cable es el mismo viejo cable que tienes que usar para sincronizar tu iPad con la PC o tu Mac desde el primer día.

Sí, aplicaciones como Audiogalaxy o Air Server te dejan enviar música o video a la iPad vía Wi-Fi, pero no suprimen la necesidad de conectarse a iTunes para hacer un respaldo o sincronizar contenido para la mayoría de las aplicaciones.

En un dispositivo que se trata supuestamente de requerir menos esfuerzo al conectarse, y en un mundo que está moviéndose cada vez más hacia la sincronización en la nube, éste es un torpe retroceso.

Hombre de memoria

¿Cuánta memoria RAM tendrá el nuevo iPad ? No sabemos porque Jobs no nos lo dijo. Dado que enumeró todas las demás especificaciones mayores del dispositivo, parece una extraña omisión. ¿Podría ser debido a que su memoria es exactamente la misma que la de la iPad original: 256 megabytes?

Eso podría lucir mezquino frente a los competidores de la iPad como el Xoom de Motorola o la HP Touchpad, que cuentan ambas con 1 gigabyte de RAM.

Pero existe otro tipo de memoria que sabemos es exactamente la misma en la iPad 2: el espacio de almacenamiento (ROM). La tableta de Apple aún tiene un máximo de 64 gigabytes. Por supuesto, la competencia no ha superado eso todavía. Pero dado el ritmo estándar del avance tecnológico, uno esperaría un disco duro de 128 gigabytes para estos días.

Detrás de la pantalla

Contrariamente a los que los rumores indicaban, no existió una mejora en la resolución del monitor, lo que significa que la iPad 2 está quedándose atrás del iPhone 4.

Y mientras Jobs nos dice cuántos cuadros por segundo de video la cámara de la nueva iPad grabará, no mencionó los megapixeles. Esta no es una especificación que haya dejado de lado cuando anuncia nuevos modelos del iPhone.

¿Frenando el avance?

En medio del barullo, es fácil olvidar que muchas funciones anunciadas para el iPad 2 eran esperadas -y técnicamente posibles- en la iPad 1. Era ampliamente destacado en ese tiempo que Apple estaba frenando a propósito las cámaras integradas, por ejemplo, para que el iPad 2 pudiera resaltar más a su salida.

Tal vez nunca sabremos la verdad, pero sabemos que una "nueva" función promocionada el miércoles -la habilidad de usar el botón de silencio para bloquear la orientación en la pantalla- estaba originalmente disponible en la primera iPad. El botón sólo cambió su propósito cuando el sistema operativo sistema operativo iOS4 fue introducido.

¿Que cosas, si es que las hay, está frenando Apple deliberadamente para la iPad 3? ¿Mejoras en las memorias? ¿Una pantalla de retina? ¿Sincronización con la nube? ¿Bocinas estéreo? (Sí: la iPad 2 todavía es monoaural).

Una cosa de la que podemos estar muy seguros es que existirá otra presentación sin igual de una dolorosamente bella tecnología de tableta alrededor de estas fechas el próximo año.