viernes, 20 de enero de 2012

Adios a los eruditos.

En épocas anteriores al internet, cuando la información era más difícil de obtener, el almacenaje y la clasificación de datos era una labor de titanes que daba prestigio y autoridad a los encargados de atesorar el conocimiento. Pero en vez de brindar el dato buscado a quien apretara unas teclas, las antiguas bibliotecas humanas martirizaban a quien no tuviera su prodigiosa memoria, o a quien, por tener una mente despierta, rehusara atiborrarla de noticias indigestas. La erudición está en crisis porque, gracias a la informática, las grandes compilaciones de conocimientos que antes deslumbraban al público ingenuo ya no acreditan como antes la superioridad intelectual de sus autores. Pero si tomamos en cuenta que el aprendizaje de memoria tuvo un largo reinado de mil quinientos años, desde la caída del imperio romano hasta la segunda mitad del siglo XX, y su nefasta huella todavía no desaparece del todo, comprenderemos mejor el carácter iconoclasta y parricida de los movimientos contraculturales que desearían hacer tabla rasa con toda la tradición sustentada en el saber libresco.

La memoria es una herramienta del entendimiento y por lo tanto no debe supeditarse demasiado a ella, pero las viejas técnicas de enseñanza invertían el orden natural de los procesos mentales, malogrando la inteligencia en ciernes. El método científico se abrió camino remando contra esa corriente, pero en las humanidades la ortodoxia religiosa frenó durante siglos cualquier posibilidad de cambio. Montaigne fue uno de los enemigos más lúcidos de la memorización mecánica:

Si soy un hombre con algún discernimiento –confesó–, en cambio soy un hombre con nula retención. Hojeo los libros, no los estudio. Lo que me queda de ellos es algo que ya no me parece ajeno, porque mi entendimiento ya lo asimiló.

Olvidar un texto después de asimilar su esencia significa haberle sacado el máximo jugo, sin recargar la memoria con cascajo, pero ese tipo de lectura, la mejor para desarrollar el intelecto, se castigaba con una nota reprobatoria en los colegios de la época (y en muchos de la actualidad). Como los alumnos copiaban dictados desde el parvulario, su capacidad de desempeñar un papel activo en el proceso de aprendizaje se anquilosaba antes de nacer.

Durante varias décadas, el filólogo Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) fue un dictador supremo del mundo literario hispanoamericano y hoy se le recuerda, sobre todo, por su tozudo empeño en excluir de nuestro canon los grandes poemas de Góngora y el Primero sueño de Sor Juana. ¿Cuál era el mérito de don Marcelino que más admiraban sus contemporáneos? Una asombrosa capacidad de almacenar y clasificar datos, digna de figurar en los almanaques de Ripley. Según su biógrafo Miguel Artigas Ferrando, Menéndez y Pelayo

recordaba todo lo que había leído, sabía dónde estaba cada uno de los libros de la Biblioteca Nacional de Madrid, leía simultáneamente una página con el ojo derecho y otra con el izquierdo, conservando, además, memoria fiel de los planos y la línea en que se hallaba tal o cual sentencia.

Borges y Bioy Casares se mofaron malévolamente de este panegírico, pero aunque en Argentina haya sido objeto de escarnio, el liderazgo intelectual de don Marcelino dejó una huella muy honda en las universidades españolas de mayor abolengo. Un joven egresado de la Universidad de Salamanca me cuenta que, hasta hace poco, los catedráticos dictaban sus clases a los dóciles alumnos de posgrado, y en los exámenes calificaban su capacidad para memorizar y transcribir apuntes. No debe extrañarnos que en otros ámbitos académicos, los jóvenes sometidos al mismo régimen de tortura desarrollen un odio a la autoridad erudita que muchas veces los lleva a simpatizar con la barbarie más primitiva. El historiador de la bibliofobia Fernando Báez cuenta que en junio de 2001

hubo un caso escandaloso en las arenas de la playa de la Victoria, en Cádiz, donde cientos de estudiantes se reunieron para hacer una gran hoguera. Entre risas y gritos, arrojaron a las llamas todos sus textos, incluyendo algunos clásicos de literatura obligatoria. Ni los grandes maestros de las letras españolas se salvaron del fuego (Historia universal de la destrucción de los libros, Destino, 2004).

Los protagonistas de este aquelarre tenían capacidad intelectual para aficionarse a la lectura, puesto que habían aprobado el curso. Sin embargo, su adiós a los libros tal vez haya sido definitivo, porque los clásicos que les metieron con embudo les dejaron en la boca un sabor a aceite de ricino. Detestar lo aprendido es peor que no haberlo aprendido nunca, pues impide cualquier posibilidad de rectificación futura. La hoguera gaditana presagia lo que puede llegar a ocurrir si nos empecinamos en un magisterio incapaz de abrir canales de comunicación con la masa, que en el mejor de los casos inculca un respeto reverencial por los grandes autores, como el que la gente profesa a los santos de los altares, pero pone tanto énfasis en el reconocimiento de la superioridad, que inhibe la admiración nacida de la simpatía.

Enrique Serna.

lunes, 16 de enero de 2012

2012 o nunca - Lucero Solórzano.

Para grabar un programa de GALERÍA de CANAL ONCE visité la Basílica de Guadalupe a principios de diciembre. De verdad se revuelve el estómago ante el abuso de la ignorancia, la superstición, la muy mal llamada “fe” y la pobreza por parte de las autoridades de la Iglesia en nuestro país. Siguen en las puertas de la nueva Basílica los enormes y muy pulidos contenedores de limosnas, del tamaño de un tambo de basura con dos ranuras: una pequeña, para las monedas y otra alargada para los billetes. Sigue también la dolorosa pobreza de los millones de seguidores de la Virgen de Guadalupe que no traerán zapatos, dormirán en la calle en su peregrinar, se quedarán sin comer, pero eso sí, dejarán su cuota segura. La Villa es una de las sedes que más ganancias económicas traen por concepto de limosnas a la “Santa Madre Iglesia” en todo el mundo; ese es uno de tantos lastres que cargamos desde la Colonia, por eso los Papas nos quieren tanto, el negocio es impresionante. Llenan sus arcas y mantienen a la gente “bocabajeada”, con la idea de que su limosna le compra un lugar a la derecha del Padre, la solución de sus problemas, y quien quita y hasta un milagrito. Mientras, los gobiernos desfilan con beneplácito ante la bien realizada chamba de su socio, la Iglesia, que mantiene a los “súbditos” bien quietecitos.

Cuánto daño le han hecho a México los grupos políticos y religiosos que durante cinco siglos sólo han ambicionado el poder, que han vendido y revendido al país en su constante pugna por tener más y acabar siendo los miserables más ricos del panteón. Cuántos han defraudado nuestra confianza, nos han mentido, nos han traicionado. ¿Por qué esa actitud de sumisión cuando pasa un secretario, un senador, un diputado (perdón pero los que conozco no merecen la mayúscula)?, ¿por qué se les lambisconea, se les adula, se les da la mejor mesa de un restaurant, los mejores asientos en un espectáculo, el fast track en todo tipo de trámites?, ¿por qué siguen recibiendo cada fin de año el equivalente a muchos salarios mínimos de mexicanos que sí trabajan?, ¿por qué no acabamos por entender que desde el Presidente de la República hasta el oficinista en la ventanilla de cualquier oficina gubernamental son nuestros EMPLEADOS, que nosotros los pusimos ahí (nos guste o no) y sobre todo, que su sueldo nos cuesta a todos y están haciendo muy mal su trabajo?, ¿por qué seguimos de agachones y “acomodaticios”?, ¿por qué la actitud de súbditos ante un “rey” o más aún ante personas que se siguen creyendo que hay un virreinato y que son los ungidos de Dios?, ¿por qué no nos sacudimos ya el complejo de vasallos?

Cuando pagamos por un servicio cualquiera, si algo está defectuoso o no funciona, exigimos una solución ¿por qué no hacemos lo mismo con esos sujetos? Si tu pones un conserje en tu propiedad y no vigila la puerta, no mantiene limpia la entrada, se hace tonto para proteger tu llegada, falta continuamente y alguien se mete a robar coludido con él: ¿le regalas un premio a tu empleado?, ¿le compras un sillón reclinable?, ¿le das vacaciones de lujo pagadas?, ¿no le reclamas nada?, ¿le renuevas el contrato?, ¿le das un bono extra a fin de año? No ¿verdad?, pues eso es exactamente lo mismo que hacemos con nuestros servidores públicos: Nada.

¿No tenemos solución?, ¿estamos condenados a cargar con los lastres de nuestro pasado con los brazos cruzados?, ¿no fue suficiente lección una Revolución que fracasó rotundamente con costo de millones de vidas y causante de más rezagos?, ¿qué otras tragedias necesitamos vivir para darnos cuenta de que México ya no puede esperar?

Lo que más me preocupa de todo, es la pobreza de la oferta para la Presidencia en este 2012, sobre todo por que es un síntoma de la pasividad e indolencia del país; qué nivel tan ínfimo el de los aspirantes, creo que nunca había sido tan decadente la propuesta. Como en otros sexenios iremos a votar por “el menos malo” ¡qué horror! En los días subsecuentes estaremos recibiendo los resultados, algunos se lamentarán, otros se frotarán las manos, la mayoría nos quedaremos callados ¿y México?, ¿al barranco?

Mi pregunta y mi llamado es a hacernos conscientes de lo que cada uno podemos hacer con el pedazo de país que nos corresponde. Ni pensar en un cambio violento, se eriza la piel de pensarlo. Por eso el cambio debe venir del centro de cada habitante de este país, de los que estamos en situación de mover piezas, de exigir, de demandar, incluso de castigar. Es nuestro derecho pero sobre todo nuestra OBLIGACIÓN.

Desde tu escuela, tu casa, la oficina, el taxi, el consultorio, tu rancho, escritorio, el hospital, la calle, pregúntate ¿estoy dispuesto a sobrevivir otro sexenio de corrupción, violencia, inseguridad, miedo, injusticias, desempleo, arbitrariedades?, ¿qué puedo hacer con mi responsabilidad por un país que se desmorona?

Ya no hay tiempo, antes de que sobrevenga una catástrofe dolorosa para todos hay que pensar, cobrar consciencia y actuar.

Es en el 2012 o nunca.


Lucero Solórzano
Crítica y comentarista de cine.
Excelsior.

jueves, 12 de enero de 2012

Amar no es querer


Faltó un poco de galleta de actuación, pero el tema estuvo bueno y bien manejado. Me gustó que no censuraran ni condicionaran el lenguaje, aunque faltaron escenas íntimas más fuertes, la película lo ameritaba.

A Samuel no le gusta que Lisa "pierda el tiempo" en sus labores altruistas, sobre todo asistiendo a niños con cancer. Todo cambia cuando ambos se accidentan y el queda en estado de coma durante varios meses, en los cuales, Lisa conoció a otra persona que le permitió alejarse, o más bien aprovechò para alejarse, ya que sentìa que Samuel y ella no tenìan un futuro promisorio debido a que ambos tenìan diferentes formas de ver la vida: ella altruista, y el, un competetitivo profesionista.

Por extraordinarias coincidencias, Samuel y Lisa se vuelven a reunir, y ella descubre a quien ama realmente.

miércoles, 4 de enero de 2012

El encanto de la música chatarra.

En un estudio insólito, Filosofía de las canciones que salen en la radio, presentado recientemente por el sociólogo Pablo Fernández Christlieb, se concluye que el enorme gusto de la gente por la aparente banalidad de las rolas pop –tan desdeñadas por los críticos serios– tiene una explicación: no basta “toda la sabiduría del mundo para entender lo que está pasando”.

MONTERREY, N.L. (Proceso).- Pablo Fernández Chris- tlieb, doctor en sociología, emprendió una tarea que parece imposible: encontrar el encanto en las rolas de Fey, Timbiriche, Dulce, Chayanne, Cristian Castro, Lucero. En su ensayo Filosofía de las canciones que salen en la radio (2011, Ediciones Intempestivas) se ocupa de hacer un repaso de las rolas del pop en español más o menos recientes, para tratar de explicarlas, encontrarles la belleza dentro de su trivialidad y entender por qué le gustan al público.

La gente hace propias las canciones, concluye, porque “de repente las reglas, las normas, las creencias, las seguridades y las verdades con las que se había vivido se rompen para bien o para mal… y toda la sabiduría del mundo no sirve para entender lo que está pasando”.

Es entonces cuando, para que uno pueda interpretar lo que siente, entra el lenguaje musical, las canciones plañideras de Los Ángeles Negros, Napoleón, José José, como lo explica en el texto:

“Con las canciones de diario, la gente puede pronunciar y explicar aquello acuciante y necesario que en el lenguaje normal y conversacional siempre será impronunciable e inexplicable.”

Como ejemplos cita “trozos de canciones que pueden decir mejor lo que a uno le está sucediendo. De repente uno se topa con algo así como, ‘porque a mi puerta el amor nunca volvió’, que están cantando las de Pandora, o ‘quién eres tú sin mí’ en voz y furia de Ednita Nazario o ‘nada de esto fue un error /no-o-o’, que canta Cori”.

Es el del catedrático de la UNAM un compendio de reflexiones que escribió en seis meses, pero que tardó 30 años en preparar, pues en todo ese tiempo tuvo la oportunidad de aprenderse las canciones que aquí cita, según dice el autor en entrevista después de hacer en esta ciudad la presentación del libro, acompañado de los editores Héctor Alvarado y Livier Fernández Topete.

Comprende a los intelectuales que rechazan estos temas por monótonos, carentes de idea, simplones, pues él también observa muchas canciones con esas características. Pero al escribir el ensayo halló que un escucha promedio puede encontrar que el corpus musical que conforman contiene un insospechado punto reflexivo, de interés y análisis, basado –paradójica y precisamente– en la intrascendencia de la que sistemáticamente le acusa la crítica.

Explica el autor:

“Las canciones pop son intrascendentes y superficiales en sí mismas, pero si las suma uno o las ve a todas en conjunto, después de mucho tiempo puede encontrar algo muy interesante, abajo o detrás de la intrascendencia, y algo más interesante debajo de la profundidad, mínimo para sentir que uno no ha estado perdiendo el tiempo.

“Uno puede encontrarle belleza a cualquier cosa en este mundo, también a las canciones de Paulina Rubio. Puede haber un contrasentido, pero los críticos que son tan profundos desdeñan las canciones pop, pero las cosas que podrían tener profundidad, en el intento de profundizar en ellas, terminan siendo superficiales, y eso me cae un poco gordo.”

Fernández Christlieb, de unos 50 años, viste playera; calvo, con largos mechones canos en la nuca, usa unos pequeños lentes de aumento. Es un insospechado huésped de estancia post-doctoral en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. Para escribir esta filosofía de las canciones de la radio dice que toda la vida ha escuchado las sinfonías populares que reseña, y se fue interesando en algunas canciones que conectaba con otras, hasta sentir que necesitaba escribir, por puro gusto, esta disertación sobre los temas que a diario se escuchan en las calles, en la casa, en el transporte colectivo y en los supermercados.

“Un día tuve la idea de lo importante que son esas canciones para la gente en el sentido que uno requiere un lenguaje para nombrar sus crisis, sus sentimientos, ilusiones, enigmas. Los que pasaron por la universidad pueden tener otros recursos, pero el grueso de la población, la gente que es agradable, toma como recurso las canciones que salen en la radio y con ellas entiende lo que le pasa”, dice el estudioso nacido en la capital del país.

Cuando se sentó a escribir en 2010 durante un periodo de cuatro meses que tuvo disponibles, se percató que ya tenía su texto mentalmente armado, y además de conocer de la métrica de las canciones, sabía que estas despiertan sentimientos, y que cualquier persona puede enfadarse contra las compañías disqueras y las canciones estúpidas.

“Mi momento iluminador fue cuando decidí sentarme a escribir para, por lo menos, dejar de oír todas esas canciones.”
Confiesa que de teoría musical no sabe nada –“de música sé menos cuatro”, aclara– y por eso su análisis se basa exclusivamente en las letras de las composiciones.

“Soldado del amor…”

Como sostiene en su libro, lo que le pasa a la gente del barrio es lo mismo que le ocurre a cualquiera, porque parte de la base de la condición humana que iguala a todos, con sentimientos como el amor, la soledad, la muerte, el miedo.

“Con estas canciones la gente es capaz de nombrar aquello que no podía, es la poesía en cierto sentido y son verdaderamente importantes.”

Por eso resulta que en las bodas, de repente, sacan una canción y todos sorprendentemente la bailan.

Hasta donde se sabe, nadie se había tomado la molestia de teorizar sobre los cantantes que inundaron el éter en los años pasados. Pero Fernández se regodea al explicar en su libro cómo funciona la dinámica de los enamorados que son el centro del universo cuando se encuentran en el trance sentimental y que, en realidad, cuando recitan las melodías que encajan en ellos y que parecen haber sido creadas para ellos, en verdad le cantan directamente a Dios.

“Así es como uno cierra el círculo: el lenguaje íntimo, con el que uno se habla a sí mismo, es un lenguaje sagrado, con el que le habla a Dios, pero Dios es en efecto la sociedad, porque es ahí donde se inventan las palabras con las que uno dice todo esto”, expone en el ensayo.

Frente a la profusión de canciones populares que saturan la radio y que se convierten en patrimonio de todos y de nadie, el autor encuentra que esas canciones –que se han vuelto las favoritas del público– sonarían absurdas si fueran pronunciadas en la conversación cotidiana.

Explica en su trabajo:

“Todavía no ha habido testigos de una conversación en ningún café del mundo donde un señor le diga a su susodicha ‘soldado del amor/ en esta guerra entre tú y yo/ cada noche caigo herido/ por ganar tu corazón’. Sería de pena ajena aunque, en efecto, eso cante Mijares.

“En esa misma conversación, la interfecta difícilmente respondería como Dulce: ‘pue-do ser/ tu amante o lo que tenga que ser/ reina esclava o mujer’, aunque si fuera feminista tendría que contestar más contestatariamente, como Vicky Carr: ‘ni princesa ni esclava/ solamente mujer’.”

A través de este razonamiento, Fernández Christlieb llega a la siguiente conclusión descorazonadora:

“Las canciones de uso diario no utilizan lenguaje de uso diario: una cosa es lo que se canta y otra cosa muy distinta lo que se le dice a los demás. Y entonces surge la pregunta de para qué la gente se aprende oraciones y frases que no le va a decir a nadie. Por algo será.”

En la entrevista, el doctor en sociología por El Colegio de Michoacán explica que eligió la radio porque es un medio de todos. La televisión adormece la capacidad de crítica, pero en la radio uno está en activo, en conversación o diálogo, respondiéndole mentalmente. Y es en ese proceso auditivo cuando uno puede encontrarse entendiendo propuestas temáticas, canciones que uno creía tontas y que esconden significados interesantes.

“Por eso cuando aparecen estas canciones, entre las voces de los comentaristas, uno sigue atento, procesando las letras de la canción. A falta de capacidad musical vas viendo lo que va diciendo, vas pensando en cuánta estupidez sale en la radio, a quién se le ocurrió esta pendejada, cuánta necesidad de dinero tiene el que hace estas letras tan estúpidas de Laureano Brizuela.

“Está uno muy divertido criticando, porque quejarse es una de las actividades más bonitas del ser humano, y de repente salta una frase inteligente, sorprendente, y así uno se va dando cuenta de que si le entra, dentro de su propio criterio, sin escucharlas desde afuera como pontífice, sino dentro de ellas, encuentra una cantidad de frases por las que uno casi pone las manos al fuego, y puede sostener que la frase es sensata, inteligente, bonita, digan lo que digan, como dice Raphael.”

Yuxtapuesto al sabor que se le toma a ciertas canciones, están las impuestas por la industria musical, que las repite hasta la saturación, y ya no se sabe si le gustan por determinación propia pero que, cuando se las topa, las compra.

Aunque está también la autoimposición de una canción preferida, que se repite uno mismo como un mantra, y se convierte en un creyente porque al repetir usa un lenguaje sagrado con la misma estructura del lenguaje religioso.

Precisa en su libro:

“Al cosmos o a lo que sea no se le conmueve con argumentos, sino con insistencia y terquedad. O sea que a Dios, aparte de cursi hay que repetirle las cosas. Este es justo el truco de la invocación: repítase y repítase y repítase y da la sensación de que eso le hace ya producir un efecto. Es por ello que todas las canciones tienen un estribillo.”

Pero cuando pasan de moda en 15 días, se quedan en la memoria.

“Puede que a los 20 días no lo puedas repetir, pero a los 20 años sí. Y para tu sorpresa, de repente aparece la canción que desde hace mucho estaba ahí. Y ya no tiene nada que ver con las ventas, sino con la propia memoria, un proceso muy interesante”, afirma el autor de La velocidad de las bicicletas.

Aclara, desde un principio, que aunque se interesa más en el pop que en la música clásica, reconoce que Beethoven le ha aportado más a la humanidad que Mijares, aunque él, en lo personal, encuentra en este ensayo más interés en recordar la canción Soldado del amor.

Aunque este libro, de un tiraje inicial de 500 ejemplares realizado con apoyo del Fondo Nacional par la Cultura y las Artes (Fonca) está al alcance “de cualquier hijo de vecino”, intuye que las personas de 40 años en adelante van a localizar en su propio mapa muchas rolas que alguna vez disfrutaron.

A manera de conclusión, dejando los filosofemas elaborados en torno a las rolas de la radio, Fernández encuentra geniales algunas canciones que para los intelectuales son material de desdeño. Cita la de la cantante regiomontana Alicia Villarreal, cuando canta: “Te quedó grande la yegua y a ti te faltó jinete”.

Y afirma:

“Cuando escuchas una de esas en la calle dices: pobres de los que no se suben a un microbús.”

Luciano Campos.

martes, 3 de enero de 2012

Esperando un milagro: 10.

Antepenúltimo día de vacaciones, entre teclados de la compu en TV-Azteca vi esta excelente película:

"Comienza haciendo lo necesario, depues lo posible... y terminaràs haciendo lo imposible", estaba escrita
esta frase en el monumento a San Judas Tadeo. No fue una película de corte religioso, más bien... de corte
milagroso.

Menodina es un pueblo mexicano en donde por accidente una pareja norteamericana llegó y tuvo que permanecer varios días aún en contra de su voluntad. Tuvo que participar en la fiesta del "Vuelo del niño" en honoral Santo Judas Tadeo.

El milagro ocurrió doblemente: El niño "pepillo" que tenía problemas con la pierna despues de caer del
famoso vuelo volvió a caminar y la pareja gringa, que no podìa concebir un hijo, lo logrò.

Es importante mencionar que la pareja gringa segùn los médicos, había agotado todas sus posibilidades
mediante la reproducción asistida, es decir, la famosa tercera y última oportunidad. El doctor les comentó
que si ellos lo preferìan podìan seguir gastando su dinero, pero que técnicamente era imposible el embarazo...
eso ya lo había escuchado antes.

La peregrina de Felipe Carrillo Puerto.

“Por la tarde había llovido, y al cruzar por la barriada del suburbio de San Sebastián, la vegetación y la tierra recién humedecidas por el aguacero exhalaban esa penetrante fragancia que les es peculiar en tales casos. Alma aspiró profundamente aquel perfume, y dijo: “que bien huele”, y yo, por gastarle una galantería le repliqué: “Sí, huele porque usted pasa. Las flores silvestres se abren para perfumarla…”. Carrillo Puerto dijo al punto: “Eso se lo vas a decir a Alma en una poesía”. No, le repliqué yo, se lo diré en una canción. Y en efecto, en esa misma noche hice la letra y al siguiente día vi a Ricardo Palmerín y se la entregué para que le pusiera música. Así nació la Peregrina.

Con estas palabras narró Luis Rosado Vega, el poeta; el momento que dio origen a una de las más hermosas canciones yucatecas.

Alma María Sullivan, fue de las primeras mujeres que ejercieron el periodismo en San Francisco, California. De un breve matrimonio con Samuel Payne Reed, tomó el apellido y desde entonces fue conocida como Alma Reed. Escribía una columna llamada “Mrs. Goodfelloow”, en la que daba consejos legales a familias de inmigrantes ilegales que padecían los abusos de aquella sociedad. En 1921, su labor periodística logró salvar la vida de Simón Ruiz, un joven mexicano de 17 años condenado a muerte. De este caso resultó que las Leyes de California modificaron la manera de juzgar a los menores. La relevancia de este trabajo, motivó que el presidente Álvaro Obregón la invitara a México y así, en 1922, por primera vez visitó a nuestro país, del que se enamoró profundamente.

A su regreso a San Francisco, la esperaba un ofrecimiento de trabajo del New York Times, el que aceptó y fue asignada para cubrir los trabajos arqueológicos en la zona maya, en Yucatán. Ahí entrevistó a Edward Thompson, el arqueólogo que tenía años excavando en la zona. Éste le confesó que había sacado muchas piezas valiosas del Cenote Sagrado de Chichén Itzá y las había enviado al Museo Peabody de Harvard. Alma Reed inició una serie de reportajes denunciando este hecho y a la larga, se logró la repatriación de muchas de estas piezas.

En febrero de 1923, su camino se cruzó con el de Felipe Carrillo Puerto, gobernador de Yucatán. Personaje de fuerte personalidad e ideas socialistas, que tenía años luchando por los indígenas mayas y que se encontraba en la cúspide de su carrera. Dicen, quienes fueron testigos, que fue un amor a primera vista. Durante ese año, vivieron un intenso romance que desembocó en el divorcio de Carrillo Puerto y una promesa de boda que nunca se consumó. Este tiempo, vio coincidir a una pareja de soñadores enamorados, a un poeta (Luis Rosado Vega) y a un músico (Ricardo Palmerín); que en una canción dejaron una eterna huella de aquella historia.

El 3 de enero de 1924, mientras Alma Reed hacía los preparativos para la boda en San Francisco, Carrillo Puerto moría fusilado en la ciudad de Mérida por tropas de Adolfo de la Huerta que se habían rebelado contra el presidente Álvaro Obregón. Se cuenta que, cuando era conducido al paredón, sacó de uno de sus bolsos un anillo y le pidió a uno de sus ejecutores que lo entregara a Pixan Halel, en maya: Alma y Caña (Reed)

La herida en el corazón de Alma Reed nunca cerró. No obstante, siguió trabajando intensamente en lo que le gustaba… el periodismo. En 1928, conoció a José Clemente Orozco y se convirtió en su admiradora y promotora, exponiendo sus trabajos en New York. Cuentan las malas lenguas que hubo entre ellos una relación sentimental, que no llegó a mayores porque Orozco era casado y Alma nunca olvidó a Felipe. Su labor de promotora de artistas mexicanos, se extendió también a David Alfaro Siqueiros. En 1961, el presidente Adolfo López Mateos reconoció el amor que Alma Reed tenía por México y le otorgó el Águila Azteca.

Alma Reed y Felipe Carrillo Puerto, de frente en la eternidad. Foto de Juan M. Arrigunaga

En un día del año 1965, una anciana de mirada azul dormido, se acercó al entonces senador por Yucatán, Carlos Loret de Mola y le dijo: “Usted ocupará algún día la silla de Felipe”, yo no lo veré como gobernador porque moriré pronto; pero quiero pedirle que cuando yo muera, me sepulten en Mérida, cerca de Felipe. Unos meses después, el 20 de noviembre de 1966, Alma Reed murió a los 77 años en la Ciudad de México, a causa de un cáncer en el estómago. Tuvo que esperar casi un año para que uno de sus viejos amigos, recuperara sus cenizas que habían quedado retenidas por falta de pago en las funerarias Gayosso. Fue entonces que Loret de Mola, aún sin ser gobernador, cumplió el último deseo de Alma Reed y hoy sus restos yacen en la Ciudad Blanca, muy cerca de los de Felipe Carrillo Puerto. Así respondió “La Peregrina” a esa plegaria que nació cuando coincidieron: un par de soñadores enamorados, un músico y un poeta.

cuando dejes,

mis palmares y mi tierra

peregrina

del semblante encantador,

no te olvides,

no te olvides de mi tierra,

no te olvides

no te olvides de mi amor.