"A cada quien su santo" es un programa transmitido por TV Azteca de
lunes a viernes, cuya temática es la vida diaria del mexicano común. En
él se cuentan sus alegrías, preocupaciones, expectativas y problemas.
Además de entretener, este programa busca moralizar a la población:
introducirla en las buenas costumbres y las buenas maneras. Sin embargo,
en el fondo opera -entre otras cosas- la más terrible de las tiranías:
el paternalismo. ¿Cómo un programa que en principio es "sano",
podría terminar siendo un instrumento de dominación? A continuación
justifico mi opinión.
En muchas ocasiones el contexto de "A cada quien su santo" son
barrios, vecindades, mercados o talleres, en los que los protagonistas
suelen ser chalanes, comerciantes, albañiles o carpinteros. De ninguna
manera me atrevería a menospreciar estos oficios, pero es bien sabido
que quienes los practican, son personas que no concluyeron sus estudios,
número que en México es bastante alto; de aquí que el programa
represente la realidad más inmediata del mexicano. Pero el que tenga una
audiencia amplia no es el problema, sino el modo en que enfrentan los
personajes sus obstáculos diarios.
Si bien el hombre no puede elegir su origen, sí puede elegir su camino; en esto consiste la totalidad de su libertad: decidir.
Él es dueño de sus actos, de su voluntad; él y no Dios, traza su
destino. Pero para poder elegir, es preciso que pase por un proceso
previo de educación. Por ejemplo: muchas veces optamos por cosas que nos
gustan o interesan -o al menos eso creemos-, pero en realidad afirmamos
una práctica social previamente enseñada: mucha gente es católica por tradición o costumbre, no por convicción. Este no es un acto libre, sino determinado;
si alguna otra religión hubiesen aprendido, con mucha probabilidad
practicarían esta otra. El hombre libre analiza qué es lo que quiere y
decide; justifica su respuesta. Por supuesto, cada elección conlleva responsabilidad: asumir las consecuencias de mis actos.
¿Pero quién es capaz de asumir responsabilidades? El adulto, mientras
que el niño no. Del primero se dice que ya es capaz de discernir lo qué
debe y lo qué no; del segundo, que aún falta un proceso de aprendizaje y
crecimiento para llegar a tener voz; antes, el adulto -el padre- es
quien elige por él. La definición del hombre como animal racional no es descriptiva, es decir, no dice cómo es, sino prescriptiva, dice qué tiene que ser.
Ahora bien, cuando los personajes de "A cada quien su santo" -el pueblo
de México-, se encomiendan a Dios, santos o patronos ¿qué están
haciendo en realidad? Entregando su porvenir a una voluntad que no es
suya y de la que muy poco o nada conocen; negándose a participar de su
destino; rechazando la oportunidad de actuar y decidir, de ser libres,
de asumir la responsabilidad de sus acciones; renunciando a su condición
de adultos para tomar la de un infante.
Ser menor de edad es no tener voz, control de mi vida: dejarme
gobernar por otros, permitir que el adulto decida por mí -en el programa
Dios, en la vida real otros hombres-. Mientras que elegir me convierte
en sujeto, alguien, lo contrario en objeto, algo. Pero encomendar mi
vida a una voluntad que no es mía no sólo me cosifica, también me hace
apático, indiferente y perezoso, pues ¿de qué sirve esforzarme, si desde
el principio Dios y los santos trazaron mi destino? Las acciones
sobran, mejor rezo para que me vaya lo mejor posible. Esta es la más
grande de las tiranías: suprimir mi capacidad de elección; privarme de
la posibilidad de llegar a ser alguien, de ser racional; de constituirme
como un sujeto autónomo. No hay opciones ni sé decir "no".
Pero esto no acaba aquí. No sólo no soy dueño de mi vida y dejo que
decidan por mí, también me vuelven humilde, pobre, ignorante y pequeño.
"A cada quien su santo" reafirma estereotipos negativos del mexicano: lo
exhibe chovinista, encorvado y de frente gacha; como un católico que
día a día hace su "luchita", que sufre y que llora; que acepta la
voluntad del padre ciegamente. Y mientras que juega este papel en la
televisión como en la vida real, los puestos importantes y de alcurnia
son propios de ellos, los de piel distinta a la suya.
Vio entonces Jesús a toda esa muchedumbre, subió al monte y habló:
felices los que tienen espíritu de pobre; los que lloran; los pacientes;
los que tienen hambre y sed de justicia; los compasivos; los de corazón
limpio; los que trabajan por la paz; los que son perseguidos por causa
del bien; los que reciben calumnias, son insultados y perseguidos; que
traducido significa: ¡felices los que se enroscan cuando los pisan; los
que no desafían con su mirada; los que son humillados hasta los huesos;
los que obedecen sin replica alguna!; ¡felices los que lloran y sufren
en este valle de lágrimas, porque de ellos es el reino de los cielos!
Lugar del que no tengo garantía, pero cuya dirección ahora te he
confiado; ¡ay me avisas cuando llegues, mientras tanto "cuidaré" las
cosas que te hacían pecador!
Finalizo con una paráfrasis del filósofo Ludwig Wittgenstein: la religión, en
la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último
de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, [...] es
testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no
puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo
ridiculizaría; pero si no es encausada correctamente, se corre el riesgo de volverla un instrumento de opresión.
Manuel Alberto Apáez Téllez