Richie (Timberlake) es un ambicioso estudiante que realiza exitósamente apuestas en línea, hasta que un día,
pierde mucho dinero y documenta las evidencias para demostrar al dueño del sitio que le han hecho trampa.
El dueño Ivan Block (Ben Affleck) y el sitio residían en Costa Rica, por eso de los bajos impuestos, poca revisión, impunidad, tracalerías, lavado de dinero, chantajes, asesinatos, sobornos y más dulcecitos que no podría hacer en EU; Richie fue a ese país y logró ser la mano derecha del dueño casi al instante... más tarde se dió cuenta que no era gratis esa supuesta "mano libre" que le había otorgado el ambicioso y traicionero dueño, ya que incluso, como las autoridades sospechaban pero no podían comprobarle nada, tuvieron que aliarse con richie para hacer un cuatro, que también el dueño le estaba preparando a Richie.
La historia no está bien fundamentada, ya que el bueno (Richie) logró ganarle al malo simplemente dando más sobornos, es decir, no hubo una historia y trama inteligentes. El personaje de la morenaza fue muy pasivo y "raro", ya que de la noche a la mañana ya estaba enamorada de otro.
Profesionales:
Richie Furst (Justin Timberlake), un
estudiante de Princeton presionado por su deuda con la universidad,
apuesta todo su dinero en el póker online. Tras perderlo todo, confirma
sus sospechas de que ha sido estafado, por lo que decide ir a Costa Rica
a confrontar a Ivan Block (Ben Affleck) el CEO del sitio de apuestas.
La respuesta de Block termina siendo sorpresivamente generosa, pues no
sólo se disculpa por lo sucedido sino que le propone una irresistible
oferta laboral. Dejando de lado sus planes futuros de trabajar en Wall
Street, Furst acepta seducido por el nuevo estilo de vida que el negocio
le ofrece, sin sospechar las nefastas consecuencias de su decisión.
“Apuesta máxima” es dirigida por Brad
Furman, el mismo director de “Culpable o inocente” (“The Lincoln
Lawyer”, 2011) una de esas películas que afuera de EE.UU. casi nadie fue
a ver, pero que valía cada peso del boleto de entrada. El talento de
Furman en esta película se nota en el buen ritmo y el nivel de las
actuaciones, más no en el resultado final pues la historia deja bastante
que desear.
La dupla de guionistas Brian Koppelman y
David Levien, quienes escribieron “Apuesta final” (“Rounders”, 1998) y
“Ahora son 13” (“Ocean’s Thirteen”) tienen experiencia en describir los
universos ludópatas, sus estafas y luces, sin embargo, en esta
oportunidad no logran solidificar la trama, pues el tema está más cerca
del cine de mafia que al del mundo de las apuestas, y lo que queda está
al límite de lo verosímil y el estereotipo.
Otro de los problemas de este
“thriller”, es que pese a las patadas y persecuciones mínimas, nunca
sentimos —salvo un par de excepciones (un solo par)— que los personajes
estén en un verdadero peligro, más allá del desastre financiero o legal.
A veces un personaje desaparece y se teme lo peor, pero nunca lo vemos
en desgracia. Algo así como el genocidio de “La amenaza fantasma”.
En esta película también se echa de
menos una profundidad respecto al universo en el que se desarrolla. No
basta mencionar las cualidades de los personajes, es necesario verlas.
Lo mismo con el aspecto moral. Al igual que el personaje de Tom Cruise
en “Fachada” (“The Firm”, 1993) Richie Furst además de lidiar con
quienes le rodean, debe hacerlo con el FBI y velar por los intereses de
su ludópata padre (el lastre del personaje, como el hermano preso de
Cruise). Pero en el caso de la cinta de Sidney Pollack del 93, había un
ethos claro. En “Apuesta máxima” en cambio, lo que se gana no vale tanto
moralmente como para que valga la pena hacer una película sobre esta
lucha. Por lo tanto, lo que queda es el espectáculo. Y aún así no hay
mucho más. La fiesta a la que llega el personaje de Timberlake después
de unos cuantos deus ex machina en el segundo acto, aunque la hagan
parecer la fiesta más cool de Centroamérica, recordará más al circo de
los tachuela que a otra cosa.
La película en todo caso cumple con la
premisa de entretener y eso es mérito de Furman, sin duda. Pero la trama
tiene más agujeros que un colador y sus explicaciones son demasiado
evidentes. Básicamente la mitad de los diálogos son esclarecimientos de
algo que debiera mostrarse sub-textualmente.
Al menos la película puede venderse
gracias a un casting estelar. Un multiplatino cantante pop que actúa
decentemente y un actor/director/productor ganador del Oscar a la mejor
película del año. Lamentablemente, los roles son acá el problema, no el
nivel histriónico.
Por ejemplo, Justin Timberlake
representa a un graduado, pese a tener 32 años. Su aspecto juvenil
permite una caracterización creíble pero, de nuevo, al límite de lo
verosímil. Probablemente será la última vez que lo veremos hacer de un
estudiante, pues las patas de gallo (léase “viejazo”) están a la vuelta
de la esquina. Por otro lado, Affleck interpreta a este lord tránsfugo
del póker, de quien su misterioso pasado promete sabrosas infidencias
que a la postre nunca llegan.
Con los secundarios es lo mismo, buenas
actuaciones, pésimos personajes. Gemma Arterton interpreta a Rebecca
Shafrán, la novia/ex-novia de Block/interés amoroso de Furst quien no es
más que una niña bonita en esta historia. Sin motivaciones aparentes,
ella decide ir de un lado para otro sin otra explicación más que una
línea de diálogo.
Sin duda, esta película es otra producción intrascendente made in Hollywood,
pues entretiene, pero sólo funciona por estar hecha según una fórmula
y, para ser más claro, con las costuras a la vista. Por lo tanto, al
momento de ir al cine, habrá que tomar la experiencia con cautela, sin
expectativas, y una vez que se abandone la sala, tener resignación y no
sentir sin arrepentimiento.