El impuesto de sangre
Nada nos da una idea más exacta de la naturaleza implacable del poder que ejercían los aztecas, como el tributo de sangre que impusieron a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné. Ocurrió así: tras un sitio extenuante, Tlaxcala se rindió, pero "¿qué tributo podía exigir Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que se convertiría en un campo de batalla permanente para capturar hombres destinados a alimentar al Sol", una "idea ingeniosa" de los aztecas. "Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio humano constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las infinitamente numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se consolidó su régimen de terror", continúa Sejourné en La traición a Quetzalcóatl, y concluye: "Parece evidente que los aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado".
Entrada a Tenochtitlán
Dice Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo 88 de la obra que le conocemos: "Ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchiuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello".
La descripción de Cortés
Hernán Cortés hace, en su primera cana a Carlos V, una descripción de su entrada a Tenochtitlán que los mexicanos deberíamos aprender de memoria. Entra por Iztapalapa y comenta que "tendrá esta ciudad 12 o 15,000 vecinos", pasa por otras 3 ciudades que tendrán, la primera, "3,000 vecinos, y la segunda más de 6,000, y la tercera otros 4 o 5,000 vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres". Llega finalmente a Tenochtitlán, la capital del imperio, con medio millón de habitantes, y relata: "Aquí me salieron a ver y a hablar hasta 1,000 hombres principales, ciudadanos de la dicha ciudad, todos vestidos de una manera y hábito, y según su costumbre, bien rico; y llegados a me hablar, cada uno por si hacía, en llegando a mí, una ceremonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en la tierra y la besaba [no lo inventó pues el papa]; y así estuve esperando casi una hora hasta que cada uno ficiese su ceremonia".
Llegada de Moctezuma
Tras de que la nobleza azteca en pleno (que ella sola triplicaba el número de españoles) le hiciera caravanas a Cortés durante una hora, cosa que más bien lo hartó, y que se repite ahora ante presidentes y gobernadores, se presenta Moctezuma, rodeado por otros 200 nobles.
Cortés intenta darle un abrazo, pero 2 acompañantes, que llevan al emperador sostenido por los brazos "me detuvieron con las manos para que no le tocase". Moctezuma había endurecido el protocolo de la corte a extremos no imaginados en las cortes europeas. Oigamos de nuevo a Bernal Díaz del Castillo: "y venían otros 4 grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma, barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas por que no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato".
Aprehensión de Moctezuma
"Por no sé qué achaque prendió Cortés a Moteczuma y en él se cumplió lo que de él se decía, que todo hombre cruel es cobarde, aunque a la verdad, era ya llegada la voluntad de Dios, porque de otra manera fuera imposible querer 4 españoles sujetar un nuevo mundo tan grande y de tantos millares de gente como había en aquel tiempo. La gente ilustre y los capitanes mexicanos todos se espantaron de tal atrevimiento y se retiraron a sus casas". Fernando Alva Ixtlixóchitl. Entendamos bien: Cortés y sus soldados, que eran 300, con 13 a caballo, todos ellos con el terror de tener frente a si una ciudad que estaba entre las más grandes de aquella época en el mundo entero, entran, atragantándose el miedo, como invitados de un monarca déspota, a quien ni siquiera la nobleza mira a los ojos, y, en el interior mismo de la capital, en el propio palacio del déspota, Cortés lo declara prisionero por quítame allá estas pajas. Lo primero, se le cae a uno la mandíbula de asombro y luego una incontenible carcajada y un aplauso rematan la lectura. Bravo por Cortés.
Como todos sabemos, y repite la Enciclopedia de México con tonillo de reproche, "a pesar de las manifestaciones de amistad del conquistador, éste lo hizo prisionero [a Moctezuma], cosa que negó Moctezuma para apaciguar los ánimos de sus súbditos".
Hagamos cuentas: nada más la corte eran 1,200 nobles, sumemos 15,000 indios en Iztapalapa, 14,000 en otras ciudades vecinas y 500,000 en la capital. Cortés estaba rodeado, en el corazón mismo del imperio, por una población de 530,000 personas, y por varios miles de kilómetros se extendían otros dominios y ejércitos y millones más de indios. ¿Cuántos españoles eran? Sigue Bernal: "por delante estaba la gran ciudad de México; y nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos soldados". ¿Y así aprehendió Cortés al emperador? Se entiende que por vergüenza sigamos ocultando estos números a los niños.
El temor a lo desconocido
¿Cómo se siente un soldado, de aquellos 400, al penetrar así en un territorio del que jamás antes había oído hablar? No podemos ni imaginarlo porque ahora el mundo entero es conocido y tiene carreteras, cocacolas y tarjetas de crédito. Tendríamos que estar llegando a Marte para sentir lo mismo, y ni siquiera entonces, pues de Marte poseemos cartas geográficas precisas hasta detalles de pocos metros. Una idea de esa soledad la da Bernal: "y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y avisos que nos dieron los de Guaxocingo y Tlaxcala y de Tamanalco, y con otros muchos avisos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar desde que dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?".
La conquista "española" la hicieron los pueblos indios levantados contra el siniestro imperio que apenas tenía 100 años como pueblo libre y había pagado su libertad entregando al señor de Culuacán costales de orejas arrancadas al enemigo. Hasta allí se entiende, pero ¿cómo ocurrió que al día siguiente de la caída de Tenochtitlán aquellos miles de recién liberados indios no dieran las gracias a Cortés y lo enviaran a su casa? ¿O, para no discutir mucho con él, lo mataran junto con sus menos de 400 soldados?
La victoria del 13 de agosto
Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta recuperar nuestra herencia española, sobre la cual se asienta, nada menos, que el nuevo país y la nueva población emergidas no de la derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de mexicanos nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas, guiados por Cortés, obtuvieron un día relatado así: "Prendióse Guatemuz [Cuauhtémoc] y sus capitanes en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén". Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus hombres, se volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros 300 años: una historia muy repetida en este agobiado país, pero seguimos sin entenderla y cantando al caudillo del momento.