miércoles, 25 de febrero de 2009

Con medio parche en el ojo.

Gracias a la piratería, los cincuenta millones de mexicanos que sobreviven por debajo de la línea de la pobreza tienen acceso a satisfactores mínimos que le dan sentido a su durísima existencia: luego de una semana de agotador trabajo, pueden descansar y relajarse moviendo las caderas al ritmo que imponen las estaciones de radio, ver la película esperada que no podrían ver en el cine con toda la familia, salir a pasear oliendo a Channel número cinco- o por lo menos cuatro y medio-, ver la hora en su Rolex dorado y disfrutar, en santa paz, del clásico pasecito a la red refinándose unas cubas de Cognac Napoleón destilado en Tepito en compañía de los cuates. Sin todo esto para amortiguar el malestar social, la revolución de 1910 parecería un juego de niños.

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