martes, 6 de septiembre de 2011

Cada quien su Cantinflas.

Resulta verdaderamente sorprendente lo escuetas que fueron las celebraciones por lo que hubiera sido el cumpleaños número cien de Mario Moreno, Cantinflas. No es que hayan pasado desapercibidas, pero fueron casi mecánicas, desprovistas de cualquier ímpetu conmemorativo. Casi por obligación se habrán develado placas, habrán resonado minutos de aplausos en los teatros y habrá quien se haya echado dos o tres de sus películas en televisión. Asimismo se publicaron artículos, se montó la exposición en el Paseo de la Reforma y se tuitearon cientos de frases del cómico. Casi por obligación. Ante el recuerdo de la muchedumbre volcada en las calles por su cortejo fúnebre en 1993, sin embargo, la asistencia de poco más de cien personas a la misa por sus cien años parece incluso ofensiva. Hasta las voces críticas peleaban con su propia sombra. Este aniversario no tuvo siquiera un dejo de nostalgia colectiva, nada semejante a un ritual en el cual acudiéramos a los ancestros para renovar la comunidad.

Y es que Cantinflas ya no representa a los marchantes de este mercado de lágrimas. Digo, si es que alguna vez los representó. De entrada sería absurdo considerarlo un ícono del nacionalismo antigubernamental, aunque fuera solo para decir que nunca lo fue. Luego, ya tampoco se le puede ver como un agente normalizador. En el México del mejor tiempo de Mario Moreno, sus enredos verbales ofrecían armas de resistencia para los desposeídos, por usar la vieja nomenclatura antropológica. Pero ese México ya no existe. Ya no vivimos en un México donde los pobres son pobres y felices a mucha honra. Nadie compra la fantasía liberal de que alguien vela por el desarrollo generacional de los desposeídos. Antes de la tradición está el narco o el hampa común y corriente. Antes de salirse con la suya con la facilidad del habla está el ser enterrado con un centenar de guatemaltecos y salvadoreños desconocidos en las afueras de un puto pueblo perdido de Tamaulipas. En este México -aunque mezcle sagrados íconos- Pepe el Toro nunca fue inocente. Nos pasó lo que a Cantinflas en Puerta Joven: fuimos por el mariachi para cantar “Las mañanitas” y acabamos cantando “Las golondrinas”.

Cada quien su propio Cantinflas, supongo, es lo que nos queda, acaso más valioso que lo de otro modo jamás pudo haber sido. Dentro de esta extraña penumbra democrática, dice mi amiga, “Cantinflas es lo único que hace a mi padre reír a carcajadas”. Ahí está el detalle.

Tomado de letraslibres.com

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