Este es un clásico que nunca había visto. Lo encontré en Netflix y me alegra mucho haberlo visto, porque ahora entiendo todo lo que se decía sobre la película y la famosa Sociedad de los poetas muertos. Es una cinta antigua, un clásico, ambientado en lo que parece ser la Inglaterra de los años 60, en un entorno de disciplina, inocencia y estudio, donde los padres imponían a los hijos qué debían estudiar, y ellos lo cumplían creyendo que era lo mejor para su futuro.
La historia gira en torno a un grupo de estudiantes y a su nuevo profesor de literatura, interpretado por Robin Williams. Este maestro no enseñaba de forma convencional, sino que era totalmente disruptivo. Les hacía romper el libro de texto, afirmando que lo que ahí se enseñaba era absurdo, pues la literatura no podía medirse ni evaluarse con reglas rígidas. Para él, la literatura era subjetiva y debía vivirse con pasión.
Los alumnos quedaron fascinados. Un día descubrieron en un anuario que su maestro había estudiado en esa misma escuela muchos años antes, y que había formado parte de una sociedad llamada Los poetas muertos. Aquello, en realidad, no era más que un grupo de jóvenes que se reunían en secreto por las noches en una cueva para leer poesía y hablar de arte, algo considerado una rebeldía en esa época tan estricta. Inspirados, los muchachos decidieron fundar su propia Sociedad de los poetas muertos.
Así comenzaron a reunirse, leer poesía, hablar de música y reflexionar sobre la vida, cosas que en esa escuela eran vistas como irrelevantes, ya que la institución estaba enfocada en formar contadores, abogados y científicos exitosos. Para los padres y autoridades, aquello era peligroso y la influencia del profesor se volvió sospechosa, especialmente cuando uno de los alumnos decidió que quería dedicarse a la actuación.
Este joven logró el papel principal en una obra de teatro escolar. Su padre, autoritario y rígido, se opuso, exigiéndole que abandonara esa “locura” y siguiera el camino que él había planeado: convertirse en contador e ingresar a una escuela militar. A pesar de las advertencias, el chico actuó en la obra, que fue un éxito, pero al final su padre lo sacó del teatro con furia y lo obligó a abandonar la escuela. Esa noche, abrumado por la desesperación, la presión y la falta de apoyo, el joven se quitó la vida con el arma de su padre.
La tragedia conmocionó a todos. Los padres y directivos culparon al profesor, aunque él únicamente había despertado la pasión de los estudiantes por la vida, la literatura y el arte. Fue despedido y marginado, incluso en el velorio del muchacho.
La escena final es de las más memorables del cine: mientras el profesor recogía sus cosas del salón bajo la mirada del nuevo y rígido director, uno de los alumnos se puso de pie sobre su pupitre y lo despidió con un firme “¡Oh, capitán, mi capitán!”, recordando una de las enseñanzas del maestro. Poco a poco, varios otros lo imitaron, en un gesto de respeto y gratitud.
La película termina con esa poderosa imagen, un homenaje a la libertad de pensamiento y al valor de vivir con pasión.
Es, sin duda, una película impresionante y muy recomendable.
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