Esta película la vi originalmente en el cine, pero por casualidad la estoy volviendo a ver en Netflix. Está dirigida, protagonizada y, creo, también escrita por Clint Eastwood. El título refleja perfectamente el tema principal: un anciano que se convierte en “mula”, es decir, en transportador de droga.
La historia comienza de una forma curiosa. El protagonista es un abuelo y padre que nunca fue cercano a su familia. Siempre estuvo ocupado, dedicado a su trabajo cultivando y vendiendo flores, y con el tiempo perdió la poca fortuna que tenía. Un día, durante una de las pocas reuniones familiares a las que asistía, alguien se le acercó y, al ver su camioneta, le propuso ganar dinero viajando. Le dieron un número de contacto, y sin saber realmente de qué se trataba, aceptó.
En su primer encargo, le pidieron que no revisara nada del cargamento, solo que manejara de un punto a otro. Cuando entregó el paquete, le pagaron bien. Así empezó a repetir los viajes, cada vez con más frecuencia. Con el dinero que ganaba, arregló su camioneta, reabrió un centro de reunión para jubilados, ayudó a su hija y asistió a la boda de su nieta. Poco a poco empezó a acercarse de nuevo a su familia.
En el mundo del narcotráfico, se volvió famoso con el apodo de “El Tata”, por su edad y su eficacia. Llegó a transportar primero 10, luego 20, 30, y hasta más de 200 kilos de droga por viaje. Se convirtió en una leyenda dentro del cartel, tanto que el propio jefe (interpretado por Andy García) lo invitó a su casa. Sin embargo, cuando ese capo fue asesinado, su reemplazo resultó mucho más estricto y violento. El nuevo jefe quiso controlarlo, ya que “El Tata” tenía un estilo de viaje muy relajado: hacía paradas, comía con amigos, e incluso con la droga en la camioneta.
En su último encargo, le pidieron trasladar 300 kilos. Él ya había decidido retirarse, pero aceptó ese último viaje. Justo en ese momento recibió una llamada: su hija le avisaba que su madre estaba agonizando. Aunque al principio dijo que no podía desviarse, terminó recordando lo que él mismo le había dicho a un detective —sin saber que lo estaban investigando—: que la familia debía ir primero. Así que se desvió, fue al hospital, y permaneció con su esposa hasta que murió. Ella le agradeció profundamente haber estado ahí, porque a pesar de todos sus errores, ese gesto significaba mucho para ella.
Tras el velorio, retomó el viaje, pero ya era tarde: había desaparecido varios días, el cartel sospechó de él y dieron la orden de eliminarlo. Lo interceptaron y lo golpearon, pero al saber que venía del funeral de su esposa, no se atrevieron a matarlo. Finalmente, la policía lo arrestó y el detective se dio cuenta de que aquel amable anciano con el que había conversado era, en realidad, la mula.
En el juicio, el protagonista se declaró culpable. Decidió aceptar su destino y pasar el resto de su vida cultivando flores en prisión. Su hija, al visitarlo, le dijo con resignación: “Al menos ahora sabemos dónde encontrarte”.
La mula es una película redonda, con los altibajos característicos de las historias de Clint Eastwood, y un cierre profundamente emotivo.
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