lunes, 28 de noviembre de 2011

20 preguntas a Roberto Martínez, Venezuela.

1. ¿Escribir sobre lo público o lo privado?

Sobre la vida privada de los seres imaginarios. Para hacerla pública.

2. ¿Escribir de día o de noche?

Escribir siempre que haya algo que escribir. Con sol o con luna, da igual.

3. ¿Cuál es la obra literaria más sobrevalorada?

Calibán, de Roberto Fernández Retamar. No veo en ella la gran importancia que, me dicen, debería ver. Pero tal vez es una tara mía: puedo ser un gran miope.

4. ¿Y la injustificadamente olvidada?

Son tantas que resulta aterrador pensarlo. Digamos que Portafolio del navío desmantelado, de Luis Fernando Álvarez; o El círculo de los tres soles, de Rafael José Muñoz.

5. ¿La obra maestra que nunca ha leído y quizá ha dicho que sí?

Hay varias obras maestras que nunca he leído. El Ulises de Joyce, por ejemplo. Pero no creo haber dicho nunca que sí la leí.

6. ¿Cuál es el secreto literario mejor guardado?

No lo puedo revelar. Arruinaría la pregunta.

7. ¿Hace daño el culto al escritor?

En Venezuela tal cosa no existe. O existe como práctica casi secreta, en círculos reducidísimos e incomunicados entre sí. De modo que no, no hace el más mínimo daño.

8. ¿Cómo reaccionaría si descubriera miles de copias piratas de sus libros en el mercado negro?

Creería que alguien me echó alucinógenos en el café y correría a la sala de emergencias del hospital a pedir un lavado estomacal.

9. ¿El Estado debe pagar para que los escritores escriban?

Yo nunca he entendido muy bien qué es “el Estado”. Por lo tanto, no tengo la menor idea de si debe o no pagar a los escritores para que hagan lo único que, por lo general, saben hacer.

10. ¿La escritura creativa puede aprenderse en un taller?

En un taller puede afinarse la conciencia autocrítica, eso es mérito suficiente. No hay que pedir más.

11. ¿Qué es un best-seller?

Siempre será un enigma para mí lo que hace que un libro se venda.

12. ¿Qué hábito envidia de otro escritor?

¿La fe profunda en lo que escribe?

13. ¿Qué eslogan propondría para una campaña nacional de lectura?

Moriría de hambre como publicista, soy incapaz de eslogan alguno. En cualquier caso, creo que el hábito o el vicio de la lectura, como el amor o la gripe, simplemente llega, en un momento dado, a alguien. Y otras veces no llega nunca, y punto. Es un hecho, casi fatídico, casi irremediable. Hay lectores y no. Hay amantes y tías solteronas. Así es la vida, ¿no?

14. ¿Si fuera libro cuál sería?

Moby Dick.

15. ¿Cuál fue el primer libro que robó o debió haber robado?

El único libro que alguna vez robé fue uno de los primeros poemarios de Hanni Ossott. Lo robé de una pequeña biblioteca parroquial. Durante años me sentí culpable por eso. Y un día, ya no podía más, decidí devolverlo. Fui, libro en mano, al lugar, avergonzadísimo, tristísimo. Pero ya la biblioteca no existía. Y nadie sabía nada sobre el destino de los libros que la habían habitado.

16. ¿Raya los libros?

Sí, no puedo evitarlo. Si son míos los rayo y subrayo y lleno los márgenes de signos y anotaciones (“chulitos”, los llama una amiga) que luego ni yo mismo entiendo. Si son prestados, en cambio, sufro por no poder rayarlos.

17. ¿Con qué cliché literario se (le) identifica?

Tal vez con esa imagen tétrica y hermosa del sótano del que habla Kafka en sus cartas. El sótano como lugar ideal para leer y escribir. Como único lugar posible.

18. Si estuviera en su poder ser obedecido como gobernante, ¿qué regla le impondría a los ciudadanos?

No puedo imaginarme, por más que trate, gobernando nada. No tengo ese don, o ese tipo de cabeza. No sé poner reglas. Me mortifica enormemente la idea. Y entre tanta mortificación, no se me ocurre nada.

19. ¿Qué muerte célebre, de algún personaje real o de ficción, le gustaría tener?

La de Esquilo. Un águila iba volando por los cielos griegos con su presa –una tortuga– entre sus garras y, por alguna razón misteriosa, la dejó caer. Esquilo, que caminaba bajo esos cielos, acaso imaginando la difícil resolución de una tragedia, recibió el golpe de la tortuga en su cabeza. Fue una muerte rápida, quiero creer. Lo malo de haber dicho esto, ya que creo en el poder de la palabra, es que ahora no podré ir a Grecia. O iré con casco.

20. Si este es su último aliento, ¿cuáles son sus últimas palabras?

Eso no lo puedo responder. Soy un poco supersticioso. Si me imagino mi último aliento, mis últimas palabras, capaz las escribo y caigo muerto al suelo. Entonces, prefiero callar. Un asunto de supervivencia.

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